
Existen varias notas, entrevistas y ensayos sobre Jorge y su obra.
Obviamente es imposible transcribirlo todos aquí.
De todas maneras hemos escogido algunos un poco al azar, otro no tanto.


Medios
Ocurrió esa misma noche en que la luna se puso roja; con el cuarto y último eclipse de la tétrada, Jorge Pistocchi, el fundador de la mítica revista “El Expreso Imaginario” dejaba nuestro planeta. Otro histórico del rock argentino, Miguel Grinberg escribiría: “En tanto la Luna enrojecía, Jorge se despegaba de sus tercos huesos, abría los brazos hacia el Universo y ampliaba el campo de sus atrevimientos”. Los atrevimientos de Pistocchi habían sido varios: uno de ellos dejar la escultura para modelar frente a las viejas teclas de una máquina de escribir sus primeras notas periodísticas en la revista Pelo. Tenía 22 años e intuía que detrás del rock había algo más, un movimiento contracultural de jóvenes que cuestionaban lo establecido, que le decía no al viejo y odiado establishment. De esa filosofía alternativa, que desembocaba en la poesía, los modos de vida comunitaria, la ecología y el no consumismo, Jorge Pistocchi siempre quiso hablar. Entendía que allí había una gran energía y un movimiento no violento que podía transformar el mundo y también nuestros mundos interiores. En su primera experiencia al frente de la revista Mordisco, que apareció en 1974, escribió a modo de editorial: “Hoy emprendemos la marcha hacia una estación llamada imposible. Llegar hasta allí puede tornarse peligroso pero confiamos en que el contenido de nuestros equipajes nos proteja. Si bien no hay armas dentro de ellos, ya que las abandonamos en la estación de partida, en cambio portan nuestra música de rock, los libros que nos iluminaron, las técnicas e inventos de los hombres que no intentaron destruirnos y todas nuestras reales posesiones, o sea, las cosas que amamos”. Pero el gran atrevimiento ocurriría dos años más tarde, con la aparición del primer número de “El Expreso Imaginario”, un mensuario, primero en formato tabloide y luego más revisteril, que tendría un grupo de acompañantes por aquel entonces apenas conocidos. Pipo Lernoud, un poeta de la época de La Cueva lo acompañó en la dirección, un ignoto Horacio Fontova era el ilustrador. También se sumarían Alfredo Rosso, que estaba terminando la colimba, con sus amigos Claudio Kleinman y Fernando Basabru. UNA GRIETA PARA AVANZAR Pistocchi era amigo de Luis Alberto Spinetta y también lo había ayudado económicamente donándole parte de un dinero, que había cobrado como herencia, para comprar los instrumentos que necesitaba Almendra. Con el tiempo, cuando Jorge andaba con una carpeta bajo el brazo mostrando los contenidos de lo que sería “El Expreso”, buscando alguien que financiara su publicación, Spinetta le presentó a su abogado Alberto Ohanian quien se mostró interesado en el proyecto editorial. Así fue como, a cinco meses del golpe militar, en tiempos de censura implacable, una fisura inesperada comenzó a surgir en agosto de 1976. No estaba organizada, ni era parte de una estrategia premeditada, tenía que ver con los caminos que abre la vida allí donde encuentra una grieta para avanzar. A ojos vistas de los represores, la revista aparentaba ser una simple publicación referida a la música, ideológicamente inofensiva, en todo caso producto de un grupo de melenudos faloperos, vagos y malentretenidos. Sin embargo, en su primer año de vida, “El Expreso Imaginario” junto a las entrevistas a Spinetta, Piazzola, Nebbia, Gieco o Mc Laughlin y Pink Floyd publicó notas sobre Leda Valladares, la poesía aborigen, la contaminación del Río de la Plata, la alfarería de Anastasio Quiroga, la visión del mundo que tenían los guaraníes y la carta del jefe Piel Roja cuestionando la propiedad de la tierra. Todo esto, con imágenes y dibujos que provocaban una ruptura con la estética editorial de las revistas de aquella década. El personaje que identificaba a la revista era el rostro de un arlequín creado por Fontova. Carlos Ulanovsky en su libro “Paren las Rotativas” señala con acierto que El Expreso “fue una revista que fascinaría a toda una generación y avanzaría decisivamente en una forma de periodismo juvenil, alternativo, subterráneo, marginal, rockero, que introduciría los pilotes de un estilo de comunicación muy difícil de sostener en ese momento de sospechas, escasa apertura y fuerte represión”. PERIODISMO UNDER De los quince mil ejemplares de tirada inicial, El Expreso pronto alcanzaría los cuarenta mil y sumaría colaboradores tales como José Luis D’Amato, Eduardo Abel Giménez, Emilio Toibero, Diana Bellesi, David Lebón, Ralph Rotschild y Gloria Guerrero, entre otros. El correo de lectores sería una sección muy importante de la revista, era la “red social” de un tiempo en el que todavía se escribían cartas. Allí, una adolescente Sandra Russo escribiendo a ese correo decía “Juguemos a que somos los intentos hacia algo, a que no va a haber Correo de Lectores sino un café de por medio y la calidez de unos ojos que miran a otros y escuchan más que un puñado de palabras”. Las tapas de la revista eran concebidas por su director de Arte, Horacio Fontova, con un diseño que remitía al periodismo under norteamericano de los ‘60. Las historietas alternativas, los cuentos ilustrados o las fotonovelas humorísticas protagonizadas por integrantes del staff sumaban humor y desparpajo. Es que la revista estaba hecha a imagen y semejanza de sus editores. Pipo Lernoud recordaría que las reuniones de redacción de “El Expreso Imaginario” eran delirantes y creativas, “lo que hoy se llamaría un brain storming, sólo que las ideas y las tormentas eran muy extremas, motorizadas por la brillante imaginación de Jorge y el humor corrosivo del Negro Fontova. La redacción era como una extraña isla de libertad en medio de una ciudad callada y asustada”. “El Expreso Imaginario” también fue el canal de difusión de un incipiente grupo de artistas que comenzaban a surgir. Es por eso que muchos corresponsales que colaboraban con informaciones desde sus provincias también eran músicos. Un jovencito Rodolfo Páez, cuando todavía no era el famoso Fito, acercaba información de la trova rosarina. Nuestra ciudad tenía su corresponsal en el músico y editor under Ricardo Oscar Tersse. Una nueva estación La revista atravesó por varias etapas pero su fundador Jorge Pistochi se bajó en la primera cuando vio que “El Expreso” cambiaba de andén, de la mano del empresario Ohanian, hacía una Estación más comercial. Siguió un tiempo Lernoud como director y luego Roberto Pettinato, pero la mística de los primeros tiempos se fue perdiendo hasta desaparecer. Pistocchi seguiría atreviéndose con otras publicaciones, Zaff!! a principios de los ochenta y Pan Caliente en el 82, como un modo de seguir abriendo canales expresivos a escritores, músicos, poetas y artistas undergrounds. Fiel a sus principios, vivió con una austeridad extrema. Todo lo que ganó lo puso al servicio de sus proyectos culturales, o mejor dicho, contraculturales. El nuevo siglo lo encontró liderando la toma de la fábrica textil AMAT en Lavallol, la primera fábrica recuperada del país. Después armó un centro cultural en La Paternal e hizo resurgir “El Expreso” convertido en programa de radio por Internet. Su última morada, un conventillo en La Boca, donde se reunía con los músicos del grupo de percusión Afro Candombre, que él también integraba. El mismo que lo despidió musicalmente cuando hicieron el sepelio en su casa, a gusto y piacere de un Pistocchi que percutió la vida de manera intensa. Dicen que los artistas cuando mueren en realidad se van de gira. En este caso, cuando es un rockero el que se ausenta no se va de gira a ninguna parte, simplemente se va a vivir “a una casa con diez pinos, porque sabe que hacia el sur hay un lugar, ya que un jardín y sus amigos no se pueden comparar con el ruido infernal de esta guerra de ambición, para triunfar y conseguir dinero nada más, sin tiempo de mirar un jardín bajo el sol...”.


14 de febrero 1983
Basta observar la medida densidad de sus gestos y escuchar la calmada suficiencia de su discurso para entender el tratamiento de “maestro sin diploma" que le dispensan aquellos que en algún momento compartieron cualquiera de sus sueños". Para muchos bastará decir que se llama Jorge Pistocchi. para otros que es necesario un poco de historia. Decir, por ejemplo. que desde hace unos veinte años a esta parte viene piloteando en la vanguardia de lo que dio en llamarse -para llamarse de alguna manera- "cultura alternativa". Recordar que impulso el nacimiento de los primeros grupos progresivos. Enumerar las publicaciones que dirigió. "Mordisco". Expreso Imaginario . ''Zaff- y "Pan Caliente". Para conocerlo mejor hay que hacer como con el lobo que desvela a las caperusas de siempre y preguntarle. -¿Por qué no empezás por describir el ambiente en que nació el movimiento cultural alternativo? - Bueno, comienza justamente en un momento de aguda represión como fue el año 66 bajo el gobierno de Onganía y surgió de gente que tenia bastante escepticismo por la respuesta que los políticos podían dar a esa circunstancia. Esa gente comenzó a reconocerse a sí mismos como marginados de la cultura casi todos los artistas de rock son intuitivos. Marginados por no encontrar canales donde volcar la necesidad de expresión que empiezan a juntarse y dar los primeros -productos de toda una creatividad que considero es el germen de la fuerza que tuyo todo el movimiento. -¿Qué juicio te merece la legalidad" del rock luego del 2 de abril? -Es una pregunta dificil de responder. porque si bien el rock ha pasado a una cierta “legalidad" en lo que respecta a la difusión y cuenta con un aparato de comercialización más fuerte. que hace que haya menos represión dentro de los recintos donde se hacen recitales, la cosa no está clara todavía. La búsqueda aún continúa y si los resultados de ella son aceptados o no está en duda. Sería como afirmar que los jóvenes han pasado definitivamente a la “legalidad" dentro del sistema y eso no ha ocurrido. desde mi punto de vista. -¿A qué se debe entonces el creciente interés por los jóvenes y su problemática que enuncian los medios de comunicación masiva e la mayoría de los partidos políticos? -Creo que eso se debe a que se ha producido una ruptura generacional, especialmente en los códigos de comunicación. Ese intento de comunicación e interpretación que dijiste es positivo, pero si no se trata de un intento de contactarse realmente con ellos solo lograrán descapitalizarlos e influir sobre ellos, nunca llegár.a reconectar ese quiebre que se ida en definitiva. entre seres humanos. - Cuáles son las causas que ves en esa se ruptura generacional? -Son muchas. Hay que entender que a partir del 75 y el 76 los jóvenes fueron las ve principales víctimas de presiones que se sucedieron pasando de lo político a lo económico. El hecho de enfrentarse a una posibilidad de guerra con Chile y a una guerra concreta como la de las Malvinas. donde vieron morir inútilmente a otros chicos redondearon una experiencia negativa, como no sufrió ninguna otra generación argentina. - ¿Cómo se manifiesta, entonces, la cultura juvenil? - En este momento es bastante difícil hablar de cultura con un país donde todo lo referente a ella ha estado digitado y los jóvenes han pasado por una especie de lavaje de cerebro, con muy pocas posibilidad de contactarse y cambiar ideas, salvo en el espacio que de alguna forma dio la música rock. Hay que tener en cuenta que en estos años hasta los bares o el andar de que de alguna forma dio la música rock. Hay que tener en cuenta que en estos años hasta los bares o el andar de noche -específicamente en Buenos Aires- estuvieron vedados a los chicos que vivieron con esa paranoia de ser confundidos con subversivos. - En este momento el miedo se diluye, y aparecen atisbos de participación. ¿Cómo ves el desempeño de los jóvenes en esta nueva realidad? - La libertad es el aprendizaje más difícil. Reconocer los propios límites, los límites del otro y manejar las pasiones es difícil. Mal se puede esperar un correcto manejo de toda esa energía cuando todo lo que recibieron de sus, mayores fue nefasto. De cualquier forma creo que es sorprendente lo enteros que están los jóvenes a pesar de todo lo que han tenido que sufrir. Muchos se frenan en criticar alguna actitud violenta que generan aisladamente. Habría que recordarles que comparadas con la violencia que reciben esas actitudes son mínimas. La prueba de la sensatez queda graficada en el hecho de que los jóvenes piden por la paz en todo lugar que ocupen. -Vos fuiste y sos un protagonista fundamental de la prensa alternativa. ¿Que juicio te merece esa experiencia? -El movimiento de prensa alternativa fue un gran ejercicio, producto de esfuerzos muy grandes. Fundamentalmente fue un excelente ejercicio de encontrarse en un trabajo común. de empezar a jugar con la información. Asi como surgieron músicos intuitivos, hay un periodismo que se desarrolló de esa manera. De hecho en este momento hay muchos periodistas que se desempeñan en el periodismo profesional habiendo surgido de la prensa alternativa. -¿Qué puede suceder en esa integración? -Es de esperar que produzca cambios, pero eso depende de las presiones que ejerzan quienes manejan esos medios. Los medios importantes responden a sus propios intereses y no siempre permiten al periodista desarrollar toda su potencialidad como observador de la realidad. Volviendo a la prensa alternativa te digo que si contara con mínimos medios podría desarrollarse y formar una corriente de vida y opinión realmente importante. - Para terminar, ¿crees que algo del sueno que comenzó allá por el 66 pudo superar esa costumbre argentina de cortar la comunicación generacional y llegar a hoy marcando una línea de continuidad? -Sí, creo que algunas partes del sueño aún continúan vivas, aunque otras corren peligro. Ese sueño se cumple en la medida cn que sirva para integrar -como de hecho sucede en los festivales, a jóvenes de distinta extracción. Pocos partidos políticos pueden lograrlo. A la vez hay que parar el peligro de que el aparato de comercialización devore su contenido. Yo no temo demasiado porque todo este movimiento en sus ya 20 años de vida ha soportado distintos riesgos V de alguna u otra forma los ha ido superando. Eso se debe a que su potencialidad está fundamentada en la creatividad v si hay cosas que se pierden o se vacían de contenido, surgen otras personas que están buscando y viendo por dónde pasan las nuevas salidas, las nuevas respuestas.
La revista Expreso Imaginario: bienvenidos al tren
por Martín Perez
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Auténtico mito editorial de la década de 1970, aquella revista apareció en los quioscos en agosto de 1976, apenas unos meses después del comienzo de la que sería la dictadura argentina más sangrienta. La Rolling Stone argentina pasó bajo el radar de la feroz dictadura, pero fue inmediatamente detectada por los músicos, y no sólo los rockeros: desde Charly García a Atahualpa Yupanqui supieron apreciar la novedad que para el periodismo cultural implicó la revista Expreso Imaginario. Enamorado de su estela, Martín Pérez estuvo años preparando esta historia. A la gente del estudio de abogados el asunto ya no le causaba ninguna gracia. Ellos eran gente seria, pero quienes ocupaban ese cuarto de la oficina que hasta hacía muy poco estaba libre decididamente no lo eran. En un principio el arreglo había sido que, ante la llegada de algún cliente, debían encerrarse y no asomar la cabeza hasta que se hubiese retirado, pero enseguida se hizo evidente que semejante pacto iba a ser algo difícil de cumplir. Aquel estudio presumía de formal, trabajaba a destajo y estaba decorado, según uno de sus dueños, “con lujo sibarítico”. Ubicado en el sexto piso de un edificio situado en la esquina de la avenida Corrientes y Uruguay, en pleno centro porteño, la oficina estaba dedicada casi exclusivamente a atender a la comunidad armenia, pero uno de sus socios —que también se dedicaba al rubro textil— decidió abrir una tercera línea de trabajo. Más relacionada con intereses personales que con buscar un sustento económico, hay que decirlo. Porque el abogado en cuestión se había asociado con un grupo de amigos presentados por un cliente —que, a esa altura de su relación, más que cliente era también otro amigo— y aceptado correr el riesgo de solventar económicamente la edición de una revista muy particular, cuya redacción comenzó a funcionar en ese pequeño cuarto extra del estudio. Una solución práctica pero cada vez más incómoda, porque muy rápidamente en los pasillos lujosamente alfombrados comenzó a haber gente durmiendo por las noches. Tampoco tardaron en descubrir que las botellas de un pequeño bar dedicado a agasajar a los clientes —y también a acompañar el final del día laboral de los socios— habían sido sigilosamente vaciadas y convenientemente rellenadas con agua. Finalmente, una tarde sucedió lo inevitable: uno de aquellos individuos de aspecto sospechoso que no dejaban de ser convocados por ese proyecto al que aquel cuartito le quedaba cada vez más pequeño decidió que no tenía ninguna gana de correr a encerrarse ante la llegada de un cliente. “Jorge Bonino nos dijo que estaba muy cómodo tirado en el piso, y que no iba a levantarse de allí”, recuerda entre risas Pipo Lernoud, uno de los primeros en embarcarse en aquella aventura. “Estar con Bonino es una experiencia fuerte, una constante sorpresa”, se puede leer al comienzo de la entrevista al legendario actor publicada en el primer número de la revista editada en aquel sexto piso sobre la avenida Corrientes. Aquella “constante sorpresa” es justamente la que debe de haber asustado a los clientes del estudio de abogados, que debieron compartir la sala de espera con un personaje que no dejaba de estudiarlos atentamente y sin disimulo. Alberto Ohanian recibió entonces el lógico ultimátum de sus socios —“la verdad que era un caos total”, reconoce—, y tuvo que buscar otro lugar para albergar el proyecto que le había presentado Jorge Pistocchi, que era editar una revista dedicada a la cultura rock y aledaños llamada Expreso Imaginario. Auténtico mito editorial de la década de 1970, aquella revista que figuró desde su primer número como dirigida por Pistocchi, Lernoud y Ohanian apareció en los quioscos —acompañada por una campaña de afiches callejeros, algo que se repitió durante los primeros números— en agosto de 1976, apenas unos meses después del comienzo de la que sería la dictadura argentina más sangrienta. Su existencia fue la clave para acceder a un mundo posible dentro de un entorno imposible, justo cuando el horror paralizaba el país. “En medio de un ‘viva la muerte’ generalizado, la actitud del Expreso era defender una conciencia profunda de seres humanos a pesar de todo y contra todo”, intenta explicar el responsable de esa revista-mito, cuya increíble aparición en tiempos tan duros acompañó a más de una generación de sobrevivientes. También disparó toda clase de leyendas e historias paranoicas y/o delirantes, la primera de las cuales fue la inevitable expulsión de aquella oficina ubicada en un edificio que —increíblemente— había sido noticia unos años antes de esta anécdota fundacional porque el descubrimiento de una falla estructural hizo temer por un derrumbe. Hubo clausura, desalojos, y una lenta y velada normalización de hecho, con la consiguiente reapertura de las oficinas sin que en realidad se hubiese solucionado nada. Incluso hay quien recuerda que, durante un tiempo, el subte que circulaba bajo la avenida Corrientes solía reducir su marcha entre las estaciones Callao y Uruguay por miedo a producir vibraciones que desatasen la anunciada catástrofe. Un detalle que, evidentemente, no podía ser tomado en cuenta por algo como el Expreso Imaginario. Porque, una vez comenzado el viaje, nadie lo iba a detener. Y aun más: el avance de semejante tren podría tranquilamente asumir el riesgo y la paradoja de ser el responsable de semejante siniestro y, al mismo tiempo —tal como mitifica el mismísimo Horacio Fontova, responsable del arte de la revista desde el primer número—, ser ellos los únicos dementes capaces de quedarse ahí arriba, esperando el derrumbe final. Mi querido amigo Jorge A la hora de presentar a un personaje único como Jorge Pistocchi, sus mismos compañeros de viaje del Expreso acuñan frases como “un gran abridor de puertas” o “un imán de personalidades que creen en su actitud inocente y despojada”. O destacan que, como señala Alberto Ohanian, “conversando con él tenías acceso a una mente privilegiada”. Pero tal vez la mejor forma de presentar a Pistocchi sea dejarlo contar cómo fue que, a comienzos de los años setenta, cobró una herencia que tardó apenas cinco años en dilapidar. “Dicen que la plata hace la felicidad, y por las dudas probé a ver si tenían razón”, resume el maquinista principal del Expreso, que con el dinero de su herencia les llegó a pagar el viaje a los integrantes del grupo Almendra para que fuesen a Estados Unidos a comprar los equipos necesarios para preparar esa ópera que iba a ser su obra maestra, pero finalmente nunca se llegó a concretar. “De no tener nada, de golpe me apareció todo ese dinero junto, que hizo que les perdiera el gusto a las cosas porque todo se volvía demasiado aparente. Afortunadamente me llegó con toda una experiencia detrás, pero durante el primer año realmente me dediqué a satisfacer todas las frustraciones que pude haber acumulado en el camino”, intenta explicar Pistocchi, el hombre sin el cual no habría historia que contar. Nacido en el cruce entre las avenidas Jujuy y Rivadavia, en pleno barrio Once, hijo de padre italiano y madre galesa, el niño Jorge se crio en los conventillos de la calle Lezica y estudió para ser ingeniero, como su padre, que se dedicó a la industria refractaria y trabajó en Altos Hornos Zapla y San Nicolás. “Pero yo no quería ser como mi viejo”, advierte rápidamente. “Como afortunadamente no estuve cerca de él, fui muy rebelde desde chico y tuve una vida con muy pocas barreras”. Atraído desde muy joven por el dibujo y la escultura, Pistocchi apenas terminó sus estudios en un colegio industrial de esos en los que terminan quienes realmente odian el colegio industrial, y se zambulló de lleno en la calle, explica, “con una tremenda pasión por el conocimiento”. Recuerda haber pasado por la Plaza de Mayo al día siguiente del sangriento bombardeo sobre la población civil perpetrado por quienes pretendían derrocar el gobierno de Juan Domingo Perón en 1955, y haber sido marcado por —según cuenta— un espectáculo del futuro. “Porque veías que no había límite”, esboza quien terminó siendo un joven fascinado, como toda su generación, por el rock que se escuchaba en la banda de sonido del film Semilla de maldad, que fue un suceso en lo que él considera un lugar tan reprimido como el Buenos Aires de aquella época. “Fue asombroso el estallido que produjo”, recuerda. “Se corrió la voz entre los pibes, que íbamos a verla una y otra vez para volver a escuchar esa música que alborotó una ciudad en la que para entrar en los cines y los bares la gente todavía tenía que vestirse de saco y corbata”, explica. Expreso Horizonte Aquella tarde, cuando el joven abogado de Citroën repasó los nombres de los oficios preparados para el día siguiente, no pudo evitar detenerse en uno que le sonó irresistiblemente familiar. “Luis Alberto Spinetta”, estaba escrito en el acta, y en ese mismo momento aquel lector solitario de la revista Pelo decidió que iba a ir personalmente a ese secuestro de automotor por falta de pago. “Generalmente no me presentaba en el lugar, pero quise ir a ver qué pasaba”, explica Alberto Ohanian, devenido en curioso repo man porteño. “Así que ahí estuve, a las seis de la mañana y junto al oficial de justicia, tocando el timbre en la casa de Arribeños. Y lo que me impactó fue la actitud de Luis, sumamente amable y atenta. Hasta nos pidió disculpas porque en vez del asiento del coche había unos ladrillos”, recuerda Ohanian, que aclara, por si hiciera falta, que realmente no quería secuestrarle el auto al líder de Almendra. “Aquel fue mi primer encuentro con Spinetta. Pero nos volvimos a encontrar esa misma tarde, y a los dos días me convertí en su abogado”. Así fue que Jorge Pistocchi conoció en su momento a Ohanian: como el abogado de Spinetta, al que inicialmente recurrió cuando necesitó vender unas propiedades buscando juntar dinero para un viaje. Pero mucho antes de que apareciese Ohanian en la historia, Jorge Pistocchi ya había reunido a su alrededor más de una vez a la gente que iba a abordar su Expreso Imaginario. En un principio, la idea original era editar un periódico quincenal que abordase la cultura juvenil que acompañaba al rock. “Queríamos extender la búsqueda que habíamos comenzado con Mordisco”, explica Pistocchi, que tenía como compinche en aquel entonces a Hugo Tavachnik, una suerte de Allen Ginsberg de la mítica primera escena beat porteña. “Sentíamos que Mordisco estaba demasiado atada y nos imaginábamos otra revista. Impregnada de música, sí, pero en la que lo realmente importante fuesen otros temas”. El aviso ocupaba dos páginas del número seis de Mordisco, editado en noviembre de 1974, cuando el flamante gobierno democrático multitudinariamente elegido apenas un año antes empezaba a crujir tras la muerte de Perón. “Esta generación tiene sus periódicos desde hace más de 100 años”, decía el epígrafe de la foto que ocupaba la primera página, en la que un señor de anteojos se concentra en la lectura de un diario que parece ser Crónica, o cualquier otro vespertino tradicional. En la otra página había una foto de varios jóvenes de jean, fumando tirados en el pasto. Su correspondiente texto anunciaba: “Ellos, tendrán que esperar hasta diciembre”. Pero el Expreso siguió de largo aquel diciembre, ya que sufrió, al igual que Pistocchi y su Mordisco, la estafa del socio de Jorge, que implicó que tanto él como su publicación quedaran prácticamente en la calle. Luego de aquel tropiezo, Mordisco llegó a editar dos números más y cumplir un año de vida antes de desaparecer de los quioscos, pero nunca dejó de anunciar la salida de la que sería su sucesora. “Estate atento, ya falta poco”, decía el aviso que ocupaba el reverso de la contratapa del último número, en el que ya figuraba el dibujo de aquel extraño dragón impulsando una locomotora que ilustraría la primera portada del Expreso. Aquel anuncio anticipaba temas de futuras notas, como John Lennon, Antonin Artaud, Syd Barrett o Buster Keaton, y también aparecían los nombres de Little Nemo y Crazy Cat (sic), dos historietas que fascinaban a Pistocchi, que había conseguido los derechos para publicarlas. Otro nombre anunciado era el de Caloi, que tenía lista para ser publicada en el Expreso la primera plancha de una melancólica y lisérgica historieta llamada Bartolo, un conductor de tranvía acompañado por un extraño pajarito a rayas y sin alas. Pero entre aquel auspicioso aviso y la efectiva salida del Expreso Imaginario pasaría más de un año, tiempo suficiente para que Bar